Ana Corina: el secreto para vivir 100 años es comer poco y andar contento

     

    Mujer trabajadora, progresista y emprendedora, de acostarse temprano y madrugar mucho, con un gusto infinito por las plantas, de hacer el café “cerrero” y tomarlo en pocillo de peltre. De gran descendencia, los hijos son 13, los nietos 75, aproximadamente 105 bisnietos y más de 20 tataranietos.


     Una cara hermoseada por acentuadas arrugas. Un semblante que refleja paz y serenidad. Ojos ámbar que contrastan con una cadenita dorada, que posa sobre su cuello. Como buena andina el cabello lacio, finalmente teñido de blanco, corona de una buena vejez. Me dijo que el secreto de la larga vida es comer poco y  andar contento. Le gustaba la música de cuerda, especialmente la del violín. Fascinación por los jardines y prefería entre los colores, al rojo bien oscuro. Regaba con dedicación los helechos de la terraza de esa casa, en Los Chorros de Milla, en Mérida que por años habitó. Como toda mujer venezolana, muy coqueta, encantada de pintarse las uñas y siempre usaba zarcillos.

 

 

Infancia

 

   Nace en La Azulita, Edo Mérida donde vivían sus padres, en una familia de trece hermanos. De ascendencia indoespañola, su abuela materna era de La Puerta, Edo. Trujillo, apellido Ochoteco y fue hija de una indígena y un español. Tuvo a Celestina, su madre, quien se casó con José Antonio Vielma.


   Recuerda como compartía con su familia: “en casa de mi mamá siempre hacían mazamorra en un caldero. Yo le decía mamá el caldero me lo dejan a mí. Yo me lo chupaba. ¡Ay como me gustaba a mí!”. Habla de sus hermanos: “a Carmelita le pedíamos todos la bendición porque era la mayor, éramos muy apegadas. Ella fue la que me crió. Ramón era muy bueno conmigo. Me decía venga pa´ca Cora. El nunca me decía Corina sino Cora. Ángel y Ramón eran los mayores. Ellos me cuidaban”.

 

    Desde chiquita, amante de las plantas, donde viera una matica y le gustara, pedía que se la regalaran. Se acuerda: “Mamá nos hacía la ropa. Mamá siempre me cortaba el cabello, no les gustaba vernos con el pelo largo. A mí me gusta tener el cabello recogido, si uno lo tiene suelto se le viene todo a la cara y no ve nada”.

 

    En La Azulita transcurre su infancia. Rememora: “los cumpleaños se pasaban por alto, la gente no le prestaba mucha atención a eso como ahora, aunque a veces se reunían por las fiestas o llegaban de visita a tocar guitarra. A mí no me gustaba eso. Desde chiquita yo vivía metida en mi casa, no me gustó el compinche nunca. Me gusta tener trato y amistad con todo el mundo pero confianza no. Para confiar, se confía en Dios, Él nos cuida, más nadie. Uno vive bajo la mano del Señor”.

 

    Cuenta que en su pueblo no había escuelas, así que la enseña a leer y a escribir Rafael Jaure, un maestro particular. “Nosotros escribíamos con pura letra de imprenta, era más ligero de entender. El que no quería aprender no aprendía. Mi hermana Martina no quiso, no le gustaba. Mamá se ponía y nos decía la eme con la a ma, mamá . Te- a-mo me enseñó mamá” cuenta entre risas. Lo que leía era la Biblia y el catecismo, explica que su madre le decía que cuando aprendiera debía enseñar a los demás.

 

    “La gente antes duraba más porque casi ni se salía y lo que se hacía era trabajar. Yo desde los nueve o diez años tenía que trabajar en la finca de papá. ¡Uno si trabajó! Había que pelar maíz, tostar café y muchas más cosas, porque en el campo siempre hay trabajo” manifiesta con un tono cálido, que parece albergar lo mismo nostalgia que orgullo.

 

Adolescencia

 

    Pasa su adolescencia en La Azulita. Se iba a con sus hermanas al río a lavar la ropa. Cuenta que en ese entonces a su hermano Ángel le gustaban mucho las peleas de gallo y todas las noches aparecía con un gallo diferente, porque siempre ganaba.

 

    De esa época testifica su gusto musical: “me gusta la música del violín, pero ahora no hay quien toque esa música. Eso era cuando estaba Miguelito Rojas, ese hombre hacía casi que hablar al violín. Le llevaban serenatas a uno, en diciembre. Cual las plumas del mar, se me olvidó esa canción, pero yo me la sabía. Una vez fui a un concierto de él”.


    A los trece años sin saber qué era, agarra una botella de Cinzano, un vermut italiano, se lo empieza a tomar porque le parecía dulcito: “Cuando acuerdo ya no me podía parar de la rasca que agarré. ¡Uy! mamá se molestó con papá porque dejaba eso por ahí, si estábamos los muchachos” cuenta riéndose, de pronto empieza a cantar: “lo que pasa es que la banda está borracha, está borracha. Papá me cantaba: lo que pasa es que Corina está borracha, está borracha” recuerda sonriendo.

 

Juventud

 

    De joven era delgada y usaba vestidos, más que todo floreados, porque le gustaban mucho, aclara que antes no era como ahora, las mujeres no podían usar pantalón. De ese tiempo, rememora: “tenía una tía muy chismosa, que vivía averiguando la vida ajena, viendo cómo camina, cómo anda, qué hace el otro. A mí el chisme no me gusta, de eso que ni me hablen. Ella preguntaba y ¿usted comió? y ¿usted bebió? Yo le respondía: todos comimos y todos bebimos, riéndome”.

 

   Desde pequeña conocía a Diógenes, su primo hermano, quien se convirtió en su esposo. Asegura que no estaba pendiente de esas cosas, compartían todos como hermanos y siempre se reunían en familia: Revela: “A mí me casaron. Eran los taitas de uno, los que hacían eso. Papá y mi tío Juan dijeron: ¡Vamos a casar a estos muchachos!”

 

   Se casan a los 20 años y se van a vivir a Jají. Gastaron dos días a caballo para llegar. La mayor parte de su matrimonio transcurre allí. Ahí nacen todos sus hijos. Vivieron en las fincas, “La Playa”, “El Corozo” y en varias casas del pueblo.

 

   Confiesa que cuando se casaron no tenían ni cobija para arroparse, precisando que en ese tiempo no era como ahora, los taitas los mandaban a resolver y listo. Refiere: “Diógenes, era hijo de Antonia Dezzeo. ¡Que vieja brava! Se le enredaba la lengua, era furunga pa´hablar. Así recia. Pero bueno, Dios nos presentaba las personas que nos iban a ayudar. Nosotros todo lo que tenemos lo hicimos después de casados.” De pronto, cambia el tema radicalmente, se acuerda de su tía María Antonia, y comienza a cantar María Antonia es una mujer que está loca de remate. Siempre fue de cantar, de pronto y porque sí, le gustaba, la ponía de buen humor. Para uno como público era todo un espectáculo.

 

Vida Adulta

 

    Comenzaron a llegar los hijos, con ellos las necesidades y en ocasiones el matrimonio se complicó. “Diógenes no vivía en la casa, se la pasaba trabajando. Tempranito, tomaba un traguito de café y se iba, regresaba como a las 6:00 de la tarde. Había domingos que ya no estaba con nosotros o los pasaba durmiendo, y se paraba solamente a comer. Muchas veces estaba sola o con mamá que era la que me ayudaba. Una hermana de él, llamada Ofelia, era muy apegada conmigo, siempre me ayudó. Su familia me quería mucho, pero yo siempre viví retiradita. No me gustaba el compinche. Ni con mis hijos soy compinchera” termina aclarando.

 

    Uno de sus nietos recuerda que hubo un tiempo en que el abuelo bebía y salía mucho, era una época en que el machismo predominaba y la abuela tenía que estar en casa con los muchachos mientras tanto. Asegura que el abuelo respondía por la familia, pero tal vez por la misma dinámica de ese tiempo la desatendió a ella como mujer; sin embargo, ella siempre fue una mujer sumisa y atenta a él y a su hogar.

 

    Hay quienes dicen que a pesar de los problemas, él era más llevadero que ella. Ella siempre fue decidida y de carácter firme. Él le decía cuando peleaban: “ya se te salió el Ochoteco” refiriéndose a su sangre india. La situación mejoró con los años. Ella misma considera que a raíz de conocer el evangelio, hubo un cambio en sus vidas, afirmando: “mi matrimonio se afianzó por la fe en Cristo”.

 

    Su fe se consolida por la evangelización de unos misioneros. Fue un aprendizaje del evangelio prácticamente empírico, escuchaban Radio Transmundial y leían la biblia. No había pastor como tal, Diógenes pasó a ser el encargado de la iglesia Evangélica Pentecostal de Jají. Junto a Ana Corina, abrían y cerraban el local y predicaban por todo el pueblo. Todas las noches a las 9:30 ponían a toda la familia a escuchar un programa cristiano y luego a dormir. Todos los domingos después de la iglesia hacían comelonas familiares. “Los hijos ya grandes nos visitaban con los nietos y eso era un compartir muy bonito” expresa con alegría.

 

    Se les conocía en el pueblo como un matrimonio noble. Ayudaban a los necesitados y colaboraron en la construcción de viviendas para gente de la comunidad. Ella, siempre cariñosa con los niños y les daba prioridad en las reuniones familiares. Decía que había que tratarlos bien porque son el futuro y el mañana, pero, si era necesario les ponía carácter. Era una persona muy conservadora y les inculcaba respeto hacia los adultos. No toleraba los apodos y exigía que a los mayores se les tratara de usted, como la enseñó su padre.

 

    Como madre siempre quiso que sus hijos prosperaran porque venía de una familia muy pobre. Pese a ser una persona que no estudió, puso a los trece muchachos a estudiar, unos se graduaron y otros no, pero, siempre los instó a esforzarse, progresar y no hacerle daño a nadie. Cuentan que al salir a visitar a la familia o a la iglesia, se les veía caminando a él adelante y ella detrás con los muchachos, como se estilaba en la época. Atendía a los niños y preparaba las tres comidas. Como esposa fue ejemplar y siempre resaltó la necesidad de atender bien al marido, “ellos son los que salen a trabajar y dan el sustento al hogar” justifica.

 

    “Los varones se iban a trabajar con el papá. Yo me la pasaba con las hembras. Las peinaba, les recogía el pelo con una cola o clineja hacia atrás, para tener la cara libre y para que no les cayeran piojos. Cuando les caían piojos se los quitaba con precipitado y con manteca de cochino. Les echaba en la coronilla, en la nuca y en las orejas. Una vez que tenían piojos también les dio sarna. ¡Eso si es bravo sabe! no se pueden peinar porque les lastima y les pica.” Después recordó que una vez vivieron en una casa que era entarimada en tablas, y dice que les cayeron unas niguas. “La nigua es una burusitica que pica. ¡Ay Santísimo! Y Salían por todos lados. Yo hervía agua y zumbaba por los rincones, y así fue que acabe con esa plaga” acota.

 

    Cultivaban el café: desde la siembra, la recolección, la selección hasta la puesta al sol para tostarlo y luego molerlo, era quehacer de toda la familia. Algunos vecinos del pueblo colaboraban. Entre todos ayudaban a mantener los cultivos y a los animales que les permitían subsistir. Ella cuidaba las plantas pues siempre fue amante de los jardines. “Nunca donde yo he vivido, ha faltado un vergel. Dondequiera que iba dejaba un jardín sembrado. Es muy bonito, una casa con jardín, adornan el hogar. Todas las flores son bonitas. Me gustan las Margaritas. Hay blancas y amarillas, me gustan más las blancas. Me encantan los helechos y las rosas de todos colores” explica.

 

    “Antes la vida era muy distinta. La vida de Gómez, era una vida triste. Era pura dictadura, había que hacer lo que él decía. Si querían mandaban a cerrar un negocio y lo cerraban. Pero yo sembraba mis maticas. Eso era un desastre. ¡Qué hombre tan terrible ese! Ponía impuestos a todo el mundo. Si tenía un caballo o una tierra, tenía que pagar. Si ellos decían que no se podían sembrar matas, no se podían sembrar. Yo no le hice caso a Gómez. ¡Y con las matas menos! No hay como la libertad. Comer su comida, vestir como uno quiere. Ahora es que nosotros vivimos de maravilla”. Esta suerte de desvarío, entre lo fantástico y lo real, me lo contó a finales del 2012, en una Venezuela gobernada por Hugo Chávez, ahora agradezco que para ese momento mi abuelita ni imaginara la catástrofe a la que nos conducían, ya esa edad merecía aferrarse a su ilusión y estar tranquila.

 

    Después, me dice que cuando se empezó a votar en Venezuela, ella siempre iba a sufragar. “Desde el principio el partido mío fue Acción Democrática y la libertad. Ese fue mi partido toda la vida. Cuando yo estaba mala me llevaban el cuaderno para la casa y votábamos allá. Todavía voto. El problema es que aparezca el voto en el cuaderno porque ahora la gente le quiere poner el voto en el cuaderno a uno. Chávez no me gusta. Este es un gobierno muy dominante. ¿Cómo me va a gustar?” termina, como cuestionándome, con una fugaz vislumbre de claridad.

 

    Cuando los hijos crecieron, se mudaron a Mérida pues en Jají no había liceo y ella quería que llegaran hasta la universidad. Compraron un terreno en Los Chorros de Milla. Allí inician la construcción de la casa que habitó hasta el final de sus días. Durante ese tiempo ella permanecía entre semana en Mérida con los muchachos, mientras que Diógenes trabajaba las tierras en Jají. Los fines de semana se iban a la finca a compartir con su papá e ir a la iglesia.

 

    Comenzó a crecer la familia con la independencia de los hijos. Ella igual se preocupaba por apoyarlos, vendía diferentes cosas para ayudarles económicamente, les ayudaba a conseguir empleo o los motivaba a estudiar, según la edad de cada uno.

 

    En 1989 Diógenes Vielma fallece, a los 74 años. Culminando así 54 años de matrimonio. Pese al dolor, continúa sus actividades y asume las riendas de la familia. Admite que con tanto quehacer se despegó rápido de su presencia física, pero mantuvo su recuerdo vivo en una fotografía en blanco y negro en la pared de su habitación y en su corazón. “Duramos juntos la vida que vivimos; a pesar de todo nunca nos separamos” sentencia.

 

    Como suegra, algunos de sus yernos la reconocen como una segunda madre. Con otros, la relación fue más complicada: “Algunos de mis hijos eligieron malas parejas y yo eso no lo pude apoyar”. Como abuela consentidora, pero firme, siempre se opuso a lo que le parecía que estaba mal. Cría y ayuda a criar a varios de sus nietos. Le tocó enterrar a dos de sus hijos, Elacio y Freddy. Dicen que la pérdida le dolió profundamente, sobre todo la de Elacio por ser el menor y el primero en morir. Yo recuerdo que una vez me dijo que le gustaba decirle gato, porque tenía los ojos como un minino.

 

Años Dorados

 

    Sus nietos y bisnietos evocan principalmente sus afectos y atenciones. A su avanzada edad siempre reflejaba calma y serenidad. Una viejita alegre que transmitía mucha energía y siempre buscaba algo que hacer. Esta distintiva personalidad, era sumamente admirada, y enorgullece hasta ahora, a muchos de los miembros de su familia quienes compartieron anécdotas para escribir esta historia, las cuales reflejan su paz espiritual y mucho amor.

 

    Cuando tenía 80 años todavía cocinaba. Les preparaba a los nietos que vivían cerca o la visitaban, arepitas de trigo, fororo, arroz con leche y atol. Le gustaba cocinar e iba al mercado, aunque a veces no la querían dejar salir sola, por la edad. Aún iban a Jají, a la finca de la familia. A preparar comida y a pasar el día.

 

    Ya pasados los 90 años, seguía siendo una persona activa, gozaba de buena salud y una lucidez admirable: “yo no me siento solita, me la paso entretenida. Busco que hacer allá abajo en el patio con las matas. Usted sabe en la casa nunca falta que hacer. Hago mi propia comida, yo no voy a estar por ahí de casa en casa esperando que me den comida. A veces me traen comida hecha pero yo hago de todo. Yo les dije por mí no se preocupen. Pero eso sí, que sola no me dejen. Carmen y Pepa, (hijas) siempre vienen y me visitan, están pendientes de mí y se quedan aquí. Manaure (nieto) porque ya se casó pero siempre está pendiente de mí. Con las demás hablo por teléfono. Tuve la suerte que todas mis hijas conocieron el evangelio. Ya no tuve que estar pendiente, ellas mismas se manejaban solas y no me daban mala vida”.

 

    Al final de sus días, le encanta ver Enlace TV, un canal cristiano. “Yo me recojo temprano, y me pongo a ver las prédicas y las canciones”. Dejó de salir, le afectaba mucho transitar en un vehículo, prefería que la visitaran y ella estar tranquila. “Esta es la casa que hizo Diógenes y aquí me quedo. Para mí salir es ver la muerte, por eso no fui más a Jají, ni para Ejido, ni a donde Elodia. El carro me marea y unas colas que eso da miedo, no llega uno nunca pa´ donde va”.

 

    En diciembre de 2012 cuando hice la investigación de su vida y la entrevisté para realizar esta semblanza, Gladisbel, la muchacha que la cuidaba me explicó: “la levanto a las 9:30 le doy un café y más tarde un atol. Luego sale a agarrar sol a la terrraza. Almuerza y estoy un rato ahí con ella. Le gusta chuchear. Le gusta el pepito y los dulces. Ve televisión, riega las matas y busca de acomodar algunas cositas”. Además cuenta que cuando sabe que la van a visitar, le gusta que la bañen, le echen talco, crema y colonia. Para ese entonces, vivía con su nieta Andrea, quien la peinaba y la vestía. Se dormía desde las siete de la noche. A mí particularmente en esa ocasión, me conmovió ver cómo jugaba muy tiernamente con Gretel, hija de Andrea, su bisnieta con apenas meses de nacida.

 

    Sus últimos años fueron bastante tranquilos y en casa, como quería. Alrededor de cada 18 de julio, tuvo su fiesta de cumpleaños con la familia presente, consentida, con flores, con pasteles y mariachis. El último cumpleaños fue hermoso, como si anticipáramos su partida; algunos decían que cumplía 100 otros que eran 99. Lo que no se discute es que fue una celebración especial, con todo el amor, con mucha familia, una torta espectacular, comida deliciosa y un video conmemorativo que hicimos mi hermana y yo. Murió el 28 de febrero del 2017, y aunque agradezco que vivió tanto, para mí fue un dolor muy fuerte; a mis 30 años creo que era la primera vez que asumía conscientemente la pérdida de un ser amado. Todo fue muy veloz y complicado, justo culminaba un asueto, y se dificultaba adquirir un boleto aéreo. No obstante muchos hicimos todo lo posible para ir a darle el último adiós. Gracias a Dios que pude estar y despedirme. Les confieso que fue la primera vez en muchos años que miré dentro de un féretro, no me gusta y de hecho, no he vuelto a hacerlo desde entonces

22 comentarios en “Ana Corina: el secreto para vivir 100 años es comer poco y andar contento”

  1. Me encantó leer la historia de Mamá Corina. ¡Simplemente Fantástico! Fué inevitable no romper en llanto mientras imaginaba su voz contando sus anécdotas, Dios te bendiga. Un abrazo enorme para tí. ?

    1. Que lindo leer esto! Aunque no la conocí imaginaba cada relato ❤️ que Dios la tenga en su gloria

  2. Hermoso tu relato!
    Me hiciste retroceder en el tiempo, pues tuve el gusto de conocer y compartir con tu abuelita, gracias a tu tía Zulay quien en varias oportunidades me invito a su casa, Doña Corina , de carita tierna y pequeñita, pero con un amor inmenso por sus seres queridos!

  3. Que. Buena historia. Si tuve la oportunidad de compartir con mi abuela pero yo era niña. Y hay cosas que no sabía. Pero si recuerdo que toste café con ella. Y siempre tengo en mi memoria que me pedía que le rascara la espalda porque sufría de hormigueo.. Que bueno recordar lo buena y virtuosa mujer que fue. A mi mamá la quiso mucho marinita como le decía. Pero como no si prácticamente la crió como a otra hija.

  4. Excelente historia, me recordo mucho a mi abuela que aun vive, y que tengo 4 años sin ver, ya tiene 85 años y esta tan lucida como cuando eramos chamos, es increible como estas personas marcan nuestras vidas y son pilares fundamentales de familas enteras, Dios las bendiga… saludos

  5. ¡¡Me encantó!!! Mientras leía me imaginaba los relatos como escenas de una novela. ¡Wao! Fueron 100 años…
    Desde ya ansiosa por leer la próxima historia.

  6. Que buen relato. Me identificó mucho porque se nombra a mi abuelo angel. A él le encantaba sus pelas de gallos. Tengo pocos recuerdos de él pero muy bonitos. Me gustaría saber más sobre la historia de mi familia. Saludos.

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