
Cada 8 de junio desde el 2009 se celebra el Día Mundial de los Océanos, por consenso en la Asamblea General de la ONU. Esta fecha me entusiasma porque mantengo una mágica conexión con el mar, tengo afinidad con su líquida majestuosidad, su inmensidad me recuerda a Dios, por ser infinito me evoca lo eterno y sumergirme en su profundidad renueva mi energía. Ahora que me queda lejos, lo añoro enormemente.
Creo que es una simpatía colectiva, a la mayoría nos encanta ir a la playa, disfrutar y conectarnos con su encanto natural. Muchas canciones se popularizan al aludirlo en sus letras, yo que me permito aflorar mi niñez cotidianamente, amo la que canta el peculiar cangrejo Sebastián de La Sirenita: “Bajo el mar, bajo el mar. Vives contenta, siendo sirena eres feliz. Allá trabajan sin parar y bajo el sol para variar. Mientras nosotros siempre flotamos bajo el mar.” Siempre se la canto a mis niños cercanos como una expresión de oceánico amor.
Me declaro fiel amante de islas y playas, entre las más bellas que he visitado distingo La Tortuga en mi amada Venezuela, Múcura en Colombia, Baby Beach en Aruba y Saona en Dominicana. Creo que cuando visitamos la playa no terminamos de concientizar que tenemos apenas un primer plano de un mundo inconmensurable, concurriendo océano adentro. Un magnífico ecosistema que socorre considerablemente la armonía y el equilibrio de la vida en el planeta.
Ahora mismo, que tanto nos ocupamos de los riesgos a la salud pública, posiblemente no pensamos en el océano; sin embargo, su estabilidad se vincula intrínsecamente con nuestro propio bienestar. En los estudios que se desarrollan actualmente para contrarrestar al COVID-19 se experimenta con organismos marítimos descubiertos a profundidades extremas. En general el mar constituye un sistema natural que patrocina muchos beneficios a la actividad humana.
El propósito de esta conmemoración es reflexionar sobre el rol benefactor que despliega esa inmensa masa de agua salada al brindarnos recursos para la vida terrestre y resguardar al planeta. La contaminación que le engendramos
constantemente es un atentado contra nuestra propia existencia. Se requiere que tomemos acciones para protegerlo, iniciando por el simple hecho de cuidar el agua que usamos en casa, separar los líquidos contaminantes, como el aceite, para desecharlos apropiadamente y cuando lo visitemos no dejar más que huellas en la arena. Esas pequeñas atenciones ejecutadas vez tras vez, replicándose en cada individuo, constituyen bondad y significan mucho para amparar su belleza, riqueza y potencial.
¡Que te lo digo yo!
Excelente artículo amiga, soy fans número 1 de mis playas VENEZOLANAS LAS MEJORES DEL MUNDO ENTERO
Coincido contigo, las mejores del mundo.¡Gracias por leerme!