
Sembrar es un proceso curioso, es largo el transitar entre la semilla y el fruto o la flor. A veces tenemos plantas en casa y se nos mueren por más que tratamos de cuidarlas bien, se marchitan y no entendemos la razón dada nuestra atención hacia ellas. Allí se hace notar que no necesariamente el esmero garantiza el resultado. Paradójicamente, un día vamos caminando por la calle y vemos una plantita que en medio del concreto germinó. Resulta irónico ¿no? Nadie la cuidó, ni la regó, pero brotó y pudo crecer. Acá se hace evidente que hay entidades que retoñan naturalmente. Al igual que con la vegetación, muchas cosas en la vida tienen su proceso, toman su tiempo y no siempre terminan floreciendo. Lo que no pasa en la vida como sucede con las planta es eso de poder comprar lo que no sembraste, no importa cuánto dinero tengas hay cosas que ni pagando podrás obtener o recuperar, si es que las tuviste y fuiste tan tonto como para dejarlas ir.
Así como es bien sabido que no puedes pedirle peras al olmo, deberíamos razonar también que no conseguiremos segar una semilla que jamás sembramos. Aunque la vida en ocasiones nos bendiga con la salvedad de recoger aquello que otro sembró. Cultivar no es sencillo, primero depende del tipo de semilla, hay que reconocerla, saber su proceso natural y potenciarlo. No hay que tener miedo de llenarse las manos de tierra, recordar regar según sea conveniente y no apurar el proceso. Esperar, ser paciente y constante. Entender el contexto, tipo, terreno, clima, entre otros elementos que inciden al respecto. Hablo de la vida misma, del aquí, del ahora, de cómo estamos abonando la tierra de nuestro ser, siendo nosotros mismos nuestro principal proyecto, aspirar a florecer. El terreno que pisamos es nuestro abono, nos hace crecer. Nuestras raíces nos fortalecen. Lo que escuchamos y vemos es similar a ser rociados con esa agua bendita que nos trae vida, pero siempre en su justa medida. Sacar provecho del sol y apuntar al cielo, son nuestras oportunidades. Crecer, siempre será una bendición.
Al final, esto no es una clase de botánica y poco tendría que ver con las plantas. Es una paradoja, un convite a echar un vistazo a lo que estamos sembrando ahora, porque es lo que veremos fructificar mañana. Ojalá sea algo lindo, para dejar el mundo un poco más bonito de lo que lo encontramos o irnos nosotros mismos mejor de lo que llegamos. Total y como reza el saber popular: quien sabe lo que siembra no le teme a la cosecha.
¡Que te lo digo yo!