Un cuento guaireño y dos cocuizas por Raymar Rojas

De La Guaira es de dónde vengo, tierra del gran Doctor José María Vargas, muy representativo para todos los guaireños. El litoral central, está bordeado de pura costa, ese inmenso mar, puerta de Venezuela, parece azul pero a ratos se torna verde, aguamarina, entre otros tonos que seducen la visión.  

¿Cómo sabes tú que la Guiara es lejos? es un dicho que utilizamos los venezolanos para decir: que algo queda cerca, que no hay distancia que no se pueda vencer, o que ya hiciste algo aunque sigues ocultándolo. Llegar desde la capital solo toma 30 minutos si vas en autobús. Siempre digo que mi Guaira es un pueblo grande, sólo te debates si ir a la derecha o a la izquierda.  

Muchos amigos siempre me dicen que no parezco guaireña, no soy alebrestada ni playera, mis paisanas tienen un estilo: pelo planchando y uñas postizas, así como: muy entusiastas y extrovertidas. Yo no soy así, mi estilo es más relajado, de mi Guaira tengo muchas historias, de las más felices más que todo de mi época universitaria. 

Un día, invité a mis amigas caraqueñas a bajar a una disco en La Guaira, agarramos un autobús en la conocida parada de Capitolio, queda en pleno corazón de Caracas, cerca de la Plaza O’Leary y las escaleras El Silencio, allí vives adrenalina pura mucha gente de todas las clases sociales y ves amigos de lo ajeno. Bajamos en la camionetica a punta de salsa baúl a todo volumen. Llegamos a mi casa a eso de las 6 pm, nos conseguimos en el camino a unos primos míos, andaban en un carro y se anotaron en el plan de la disco. 

Empezamos a arreglarnos a eso de las 8 pm, a una de mis amigas se le quedaron los acostumbrados tacones para la rumba, y yo tenía unas sandalias de corcho, y se las presté. Todas quedamos bellas, mis primos nos pasaron buscando, en el carro teníamos la música a todo volumen, estábamos muy entusiasmados. Llegamos a la disco, no era mucho de nuestro estilo pero nos adaptamos, apenas empezamos a disfrutar y de repente mi amiga me dice: ¡Marica se rompieron las sandalias! ni bailar pudo la pobre. Y literalmente: las cocuizas estaban en el piso como un queso desmoronándose, típico de venezolanos empezó el chalequeo: Chama era mejor que salieras sin tacones, ¿Raymar donde tenías esas sandalias?, que pensaba que luego de no usar un par de zapatos por 3 años estarían buenos, ¡que loca! Lo cierto es que eso no nos paró para continuar nuestra salida nocturna, ir a ver al mar en la noche y entre risas nos dieron las 6 am. Pero nunca olvidaremos esa salida en La Guaira, ni las fulanas cocuizas.

He viajado por algunos países, de hecho viví en otro país, pero siempre regreso a mi Guaira, ese pequeño terruño rodeado de gente alegre, donde gustan de las rumbas hasta el día siguiente, si es por ellos son las 11 de la mañana y la cosa sigue, para luego ir a la playa. Cada vez que bajo hacia La Guaira desde Caracas, cuando veo El Trébol, una plazoleta que se encuentra en la entrada del estado, siento esa emoción de niña viendo el mar, al lado de mis padres y me resulta agridulce, ellos ya no están. Sin embargo queda todo lo bonito que dejaron en mí y entre tantas cosas, me enseñaron ese amor bonito a la tierra donde nací. 

4 comentarios en “Un cuento guaireño y dos cocuizas por Raymar Rojas”

  1. Cosas q pasan y que no deben arruinar la noche ! Muy bueno 🙂 . la guaira muy linda con sus paisajes (Y)

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