
Ella despertó en seco, sin saber con exactitud dónde se encontraba, ni siquiera estaba muy segura de saber quién era ni cómo se llamaba. Abrió lentamente los ojos como queriendo descubrir la realidad y a la vez temerosa de la misma, sintió la necesidad de moverse a pesar de la somnolencia y pesadez de su cuerpo, con pereza se estiró un poco hasta que tropezó con un cuerpo cálido que tampoco reconoció de inmediato pero le agradaba. Se permitió acoplarse a él y sin saber si fue su olor o alguna codificación ya existente, entonces comprendió que sin importar mucho, allí estaba bien.
Segundos, minutos o quizás horas después, en esa atemporalidad cuando duermes, su cerebro comenzó a despertarse y a reconocer más elementos: el ventilador que dispersaba aire cálido (casi caliente), el sonido de los pajaritos en lucha con el de los motores, aquellos rayos de luz que amenazaban con fuerza a través de la cortina y se convertían en una proyección azul que generaba aquella atmósfera añil en toda la habitación.
Entendió entonces que estaba aún a kilómetros de distancia del lugar en dónde había nacido y que llamaba hogar, que estaba en aquel país donde emprendió su aventura hace años, pero había un plus: ya no estaba sola.
Durante aquella somnífera lucha matutina había una sensación que la perturbaba, que le dejaba un letargo amargo en su interior que ella aún no entendía de qué se trataba, y fue cuando lentamente recordó el sueño que acababa de tener y del que repentina y agradecidamente despertó.
La vida no siempre había pintado tan pausada, la brisa no siempre había soplado tan sutilmente, las mañanas no siempre habían olido a café ni habían tenido esa certeza de que todo estaría bien.
Stella era su nombre, en su haber miles de historias, algunas más dulces, otras bastante amargas, algunas pasajeras y otras que quedaron tatuadas, pero al final eran la construcción de la mujer que se despertaba esa mañana de aquella pesadilla.
Durante el sueño ella buscaba en cada rostro a alguien que decía amarla tanto como ella a él, todos le conocían, ella creía saber dónde encontrarlo, pero nunca vio su cara. La búsqueda dolía, se sentía un vacío punzante en la frontera entre el pecho y el estómago, ella buscaba incesante a aquel mago de oz, aferrada como si de allí dependiera su existencia, él era importante, incluso más que ella misma.
Esta no era la primera vez que Stella había tenido un sueño similar, el mismo era recurrente, aquel hombre había tenido muchas caras, todas ellas conocidas. Una había sido su amor platónico durante toda su adolescencia, otra era aquel primer amor correspondido, quién pudo haber sido el padre de sus hijos o algún “para siempre”, algunas de esas caras la llenaron de rabia y hasta la hicieron reír, pero hubo una cara, un rostro, justo el que aparecería esa mañana que le sumergía en tristeza, dolor, en un mar de preguntas sin respuestas, en algún delirio auto-flagelante.
¿Y es que cómo puede un ser un humano hacer tanto daño? ¿Cómo puede un alma permitir tanto?
Ya el tiempo había pasado y sanado muchas de las heridas, pero el alma es así, las heridas juegan al escondite y cuando menos los esperas te cantan el “1, 2, 3 por ti”, y es que sí, es por ti, sólo por ti.
En aquel sueño Stella volvió tiempo atrás, lugares atrás, amigos atrás, situaciones atrás que parecían sacados de otras vidas, sensaciones que ya no recordaba y hasta momentos que había bloqueado de su mente. Fue como mirar una película un tanto de terror que no recordaba ya haber visto para luego descubrir a mitad de la trama que era ella la protagonista. Todo era un remolino tan tormentoso como inexplicable, hiriente, aturdidor, aquel hombre que nunca encontró…
Cuando de repente, en seco, sin saber con exactitud dónde se encontraba, ni siquiera estaba muy segura de saber quién era ni cómo se llamaba. Abrió lentamente los ojos como queriendo descubrir la realidad y a la vez temerosa de la misma, sintió la necesidad de moverse a pesar de la somnolencia y pesadez de su cuerpo, con pereza se estiró un poco hasta que tropezó con un cuerpo cálido que tampoco reconoció de inmediato pero le agradaba. Se permitió acoplarse a él y sin saber si fue su olor o alguna codificación ya existente, entonces comprendió que sin importar mucho, allí estaba bien.
-. Buenos días mi amor.
-. Buenos días, te amo.
Muy buen aporte, muy recomendable! Saludos.