
Es agradable, jovial y risueña. De estilo bohemio, buena para hablar y mejor para escuchar. Para nada trivial; profundiza en temas densos y se informa para hacerlo, le gustan las noticias y mantenerse actualizada, en eso nos parecemos. Es muy particular con las redes sociales, únicamente usa Twitter, su actitud al respecto es subversiva y afirmar tener razones para serlo. Se acusa de realismo excesivo, reconociendo que siempre hace falta un toque de ilusión, pero: “¡El que vive de ilusiones muere de desengaño!” apela, entre risas.
Nelly y Aristóbulo son sus padres y es la menor de sus tres hijas. Ellos se separaron cuando apenas era una criatura, las niñas se quedaron con su madre y especialmente ella era muy apegada a su mami. Cuando tenía 9 años, Nelly tuvo un varón, quien se llevó, sin querer, su rol de la más chiquita de la casa. Siempre habla de su familia con cariño, recuerda crecer en un hogar con sus altibajos, pero cimentado en el amor. A su mamita la señala como pilar fundamental en su vida, ejemplo de lucha y de no rendirse. Afirma que su vínculo con ella es de agradecimiento, más allá del amor de hija, la admira por el fiel recuerdo en su niñez de una mujer luchadora, quien le heredó perseverancia y amor por el estudio. Alguien que les enseñó la fe, les dio lo mejor que pudo y favoreció su libertad para distinguir entre lo bueno y lo malo.
Audrey, nombre anglosajón, lo eligió su mamá por una profesora de bachillerato a quien estimaba mucho. No lo consultó con su papá, quien después quiso combinarlo con uno más criollo: Isolina, en honor a su abuela. Ya se acostumbró pero recuerda que en el colegio le hacían bromas que rimaban con ese nombre. Manifiesta un “trauma” infantil con su cabello, porque se lo cortaban mucho para prevenirle los piojos y a su papá le gustaba así, pero ella lo prefería largo. Dice que peleó mucho por eso y a partir de sexto grado no se lo cortaron más.
Su color favorito es el anaranjado, le parece que irradia energía. Llama su atención como se plasma en los atardeceres esa tonalidad, la remonta a su Mérida natal; dice que cuando llovía fuerte, después salía el llamado Sol de los Venados, iluminando perfectamente la Sierra Nevada. La atrapa ese naranja pintando románticamente el horizonte, lo prefiere para objetos o decoraciones y no tanto para vestir. Su número predilecto es el 4, lo relaciona con la inicial de su nombre y el mes de su nacimiento, abril. Siempre le ha gustado el rock, menciona que quizá ahora más el Pop Rock, prefiriendo el de los 70 y los 80.
Piensa que autodefinirse es lo más “pelúo” que puede haber, supone reflexionar y autoevaluarse, apuntando que no hay nada mejor para precisarse, que los actos: “por eso hay que ser muy cuidadoso con lo que se hace, ser congruente entre lo que se dice y se hace”. Continúa: “Me podría definir como una persona empecinada, esa es la palabra, si” sentencia y se ríe. “Cuando quiero algo, trato de conseguirlo, agotar todas las instancias. Soy fiel creyente de que no hay peor cosa que la que no se hace. Hay que luchar hasta el final para poder alcanzar las cosas cuando son posibles, tampoco puedes estar peleando todo el tiempo contra todo, se vuelve sufrida la vida. Uno tiene que saber diferenciar que es lo que es pa´uno y ser muy realista” declara. Le gusta esforzarse, alcanzar lo que se propone, trata de tener los pies bien puestos sobre la tierra; difícilmente se cae a coba, por eso cree que enamorarse le puede costar. “Cuando las cosas no me cuadran, el encantamiento se pierde y tal vez eso no sea una virtud, pero bueno: ¡Esto es lo que hay!”puntualiza.
En otro momento de su vida, había catalogado extraordinario: viajar, conocer otros países y compartir con gente de otras culturas. Ahora, asume estupendo ser mamá, aunque suene a cliché. Declara maravilloso haber tenido a su hija Roma, aun cuando no se planteaba la maternidad. “Ser madre es un reto, es algo extraordinario que hago todos los días y me seguirá pareciendo extraordinario el resto de mi vida, que un pedacito de ti se forme y tú lo tengas que ayudar a crecer, educar, servir de ejemplo y dar lo mejor de ti, te hace extraordinario”. Roma fue el motor que la impulsó a salir de Venezuela, poder emigrar con y por ella, de la manera que lo hicieron. Eso la marcó para siempre y asegura tener pendiente redactar esa historia, para que su compañerita la pueda entender, como aspecto significativo de su vida, aun siendo una bebé; fue una proeza conquistada en conjunto.
“Yo podría definir que tengo 4 personalidades” confiesa riendo, para tratar de exponer que actúa según el caso y la persona en cuestión lo ameriten. “Me cierro cuando no me fluye la relación con alguien y se lo hago saber, pero cuando hay empatía hablo bastante. Cuando no tengo confianza soy muy reservada”. Su sobrina Betania dice que desde pequeña, llamó su atención esa manera de ser, porque a veces era muy cariñosa y otras parecía tener una coraza, no demostrando del todo sus sentimientos. La precisa como guerrera, enfocada, alguien que lucha por sus sueños y su tía favorita. Dice que Audrey tal vez sin darse cuenta influyó mucho en su vida y ya, de grande concientizó que quería seguir su ejemplo. Desde cosas insignificantes como la manera de vestir hasta la forma de expresarse. Una vez se metió en su computadora, en ese entonces tenía una lista de reproducción en Ares, de rock alternativo, se identificó de inmediato con la expresión musical de su tía. Recuerda a Audrey, muy alegre en la fiesta que le hicieron cuando se graduó y también apoyándola cuando decidió irse del país a los 18 años, ella le obsequió dinero, porque lo iba a necesitar. Asegura, que desde Romita, es más abierta y tiene más amor para dar, así que celebra la llegada de esa primita que aún no conoce, pero que tanto ansió desde niña, como regalo de su querida Au, a quien ama y respeta muchísimo.
Al levantarse, lo primero que hace Audrey es agradecer, admite que trabaja en cultivar ese hábito, “porque uno anda de aquí para allá y siempre todo apurado, pero hay que detenerse a agradecer por el nuevo día y acercar el espíritu a Dios”. Recuerda que su mamá le sembró el ser agradecido con Dios, especialmente en la mañana tomarse el tiempo para ello. Necesita tomar café tempranito; se le dificulta mucho salir de casa sin beber si quiera un sorbo. Disfruta mucho de la lectura, pero se queja de tener mala memoria para recordar los libros que leyó, le pasa lo mismo con las películas. “Desde muy chama me ha gustado leer, es algo que disfruto, te hace imaginar, la narrativa te atrapa, te puedes trasladar a ciertas épocas y escenarios, vivirlos, sufrirlos. ¡Me encanta leer!”. Su libro preferido es El Viejo y El mar de Ernest Hemingway, aunque es muy triste y melancólico, la marcó por la temática que refleja, la vejez, la fuerza, el espíritu y la vida. De la literatura venezolana refiere Casas Muertas de Miguel Otero Silva por su vigencia en la realidad del país. Trata de recordar otras lecturas, afirmando que va a elaborar su lista de libros leídos, porque no serán muchos, pero poquitos no son.
Es mi prima, recuerdo que compartimos mucho de niñas cuando yo vivía en Mérida. Jugábamos y yo me quedaba en su casa, en Los Curos; era un edificio pequeño como verdoso y el apartamento tenía mucha madera, eso es lo que viene a mi mente. Su mamá, mi tía Nelly, afecto de toda mi vida, nos arreglaba para salir y nos perfumaba con Melody, una colonia infantil popular en Venezuela ¡Que tiempos! Algunos recuerdos no están muy claros en mi mente, se resguardan en fotografías, en uno de mis cumpleaños por ejemplo, cuando yo cumplía 4 y la piñata era de fresita.
Además de ser familia por sangre, lo somos de corazón, siempre estuvimos muy conectadas. Su abuelita materna, María Francisca Burguillos a quien yo llamaba abuelita Burguillos, así me enseñaron mis padres. Ellos vivían en su casa cuando yo nací, todo inicio de matrimonio es difícil y ella los apoyó mucho. Yo solo tengo recuerdos tiernos, me abrazaba y besaba mucho, me agradaba su pelito blanco, siempre vestía colores claros y andaba de punta en blanco. Es bonito mirar atrás y entender casi como milagroso, que la sangre nos dio un abuelo en común, y el amor nos concedió compartir esa abuelita tan hermosa, amada por ambas. Audrey, recuerda que de niña iban juntas a la iglesia, y ella disfrutaba hablar mucho con sus amigas ancianas. Conversaba con la abuelita Modesta, de quien recuerda le regaló una muñeca y también con la abuela Verdú, quien era muy cariñosa. Yo también tengo remembranzas de todas, una pena que ya no habiten físicamente entre nosotras, sin duda, extraordinarias mujeres.
Le presento algunas fotografías y se acuerda de la iglesia en Pueblo Nuevo, de Conchita y de Mireya, quienes vivieron en mi casa, de la cual evoca la oficina pastoral, “tenías que tener permiso para entrar, era como un lugar sagrado” me recuerda. Ensayábamos cantos con el hermano Iriarte, un hombre delgado, de tez oscura, lentes y magnifica letra, a quien le guardamos cariño y admiración por su labor, pintaba murales con mensajes cristianos alrededor de toda la ciudad. Mi mamá nos preparaba en dramas, acrósticos y coreografías para la iglesia, con Rosmery mi hermana, y los hermanos Lara: Alfredo y Alyamaris. Queda memoria de tan bonitos momentos, en papel fotográfico así como en nuestros corazones. Después nosotros nos mudamos a Acarigua, pasamos muchos años sin vernos, me cuenta que cuando nos fuimos le hacíamos falta y yo rememoré que la extrañé mucho también.
Muchos años después, pasó unas semanas con nosotros en Caracas, tenía que procesar unos datos sísmicos para su tesis de grado. Me acuerdo que detestaba el metro, que rumbeamos en Teatro Bar, comimos hamburguesas en el San Ignacio, entre otras cosas; hablábamos mucho, pero mucho, de política y nos empezamos a llamar jocosamente las doñas de El Cafetal. Cuando se marchó, olvidó unos zarcillos de flores color crema, que siempre le quise devolver, pero no volvimos a coincidir hasta ahora que ambas vivimos en Buenos Aires. Ya ni se dónde quedaron, pero admito que los usé y mucho porque eran bellos. Aprovecho para elogiar su gusto por los aretes, que a mí me encanta: grandes, coloridos y atípicos.
Asegura que es “recontrafuñido” responder cuál es su comida preferida porque ama comer: “¡Me encanta cocinar! ¡Amo comer!” Le resulta bastante difícil decidirse por un plato, pero si tiene que elegir: una buena paella de mariscos le encanta, y eso yendo en contra de su vicio por la comida italiana. Prefiere el café: “nos marcó desde la infancia, desde que tengo uso de razón lo tomo, es un vínculo con Jají, con todo el proceso para producir una taza de café. La mata de café era lo primero que uno veía cuando llegaba allá”. Pero, ahora mismo inicia una especie de amorío con el té, compartiéndolo cada noche con su nena en un brindis, como una especie de ceremonia antes de dormir.
Recuerda que en la adolescencia compartió momentos muy bonitos con su prima Adriana, quien opina que pasaron años alegres cuando estudiaron juntas en el liceo. Eran conocidas por ser excelentes estudiantes, de conducta intachable, pero una vez en clase de matemática con el Prof. Marrufo, se estaban pasando papelitos y les dio un ataque de risa; el profesor les advirtió varias veces “pero la risa era más fuerte que nosotras, así que pasó lo impensable, nos expulsaron de la clase” me contó. Muchas veces Audrey se quedaba en su casa y compartían algo que bautizaron como “atraco nocturno” se iban sigilosas a la cocina de madrugada a comer galleta, cereal o cualquier chuchería. Cuando Audrey se marchaba, la acompañaba a la parada donde siempre alargaban la espera del bus con rochelas y cuentos.
Audrey prefiere el frío: “lo disfrazas con abrigo y algo caliente, mientras que el calor me desespera y me da dolor de cabeza”. Entre la playa y la montaña, ahora que vive lejos de su tierra, le gustaría darse una escapadita a la playa, pero la montaña sigue siendo su favorita, porque marcó su vida desde siempre en Mérida, conocida en Venezuela como la ciudad de las nieves perpetuas. Las añora, son un punto de referencia, enmarcan el paisaje, y están relacionadas con la geología, constituyendo así una exposición de cualquier cantidad de historia geológica.
Se graduó en Ingeniería Geológica en 2013. Desde secundaria se sentía vinculada: “me gustaba mucho la paleontología, la arqueología, y me incliné incluso por Ingeniería Petrolera, pero cuando estudié a nivel Técnico Medio Construcción Civil, me definí con más conciencia, hice las pasantías en el Laboratorio de Suelos y Pavimentos de la ULA donde tuve el primer contacto con el estudio formal del comportamiento del suelo, cómo se relaciona con las estructuras y quedé atrapada, a nivel de decir: ¡esto es lo que me gusta y me veo haciéndolo!” Cuando presentó la prueba de OPSU, no quedó de inmediato, cree que quizá por falta de orientación, por no consultar; se enteró con el tiempo que podía haber apelado por su promedio. “Mis decisiones siempre han sido muy inconsultas, no me detengo a pensar mucho en la opinión de los demás y no sé si eso sea virtud o defecto. En algunos casos, ha sido contraproducente y es importante consultar” reflexiona. Comenzó a estudiar Construcción Civil en el Tecnológico de Ejido, donde fue admitida, disfrutó mucho esos tres semestres, pero siempre supo que no iba a terminar. Apenas pudo hizo el examen directamente en la ULA para Ingeniería Geológica, su primera opción. Se preparó con un curso de nivelación, porque ofertaban muy pocas plazas y era muy alta la demanda. Esta vez quedó pero en Ingeniería Civil, así que aceptó su destino entre comillas. Cuando cursaba asignaturas relacionadas a geología, se acentuaba su pasión, así que después tramitó el cambio para la carrera de sus sueños; aunque significaba retrasar su grado, tenía que nivelar como 20 materias, su vocación lo valía.
Dice que prácticamente se emancipó a los 19 años, se fue a vivir sola en un apartamento de su papá cercano a la universidad. De su padre recuerda que le aconsejó estudiar educación, pero tampoco se lo impuso: “él no te decía no, pero tampoco te decía sí, era como: ¡Haga lo que quiera! hágalo y usted asume su barranco.” Contempla la época universitaria como una experiencia única, vivió momentos espectaculares, conoció a gente maravillosa y otra no tanto. Hoy recuerda con cariño, el inicio allí, de una relación amorosa que duró 10 años y mantiene como una bonita amistad, a pesar de la distancia. Acota que cuando empezó en Geológica, se enfocó más; le bajo a la rumba y a todo lo que implicara tener compinches en la universidad: “no porque eran malas influencias ni nada, siempre he sido muy centrada en mis cosas, lo que quiero lo hago y punto, no me dejo arrastrar por terceros pero necesitaba concentrarme a nivel académico para encarar lo que yo quería. ¡Me sentía plena, al fin!” puntualiza.
Su primer trabajo fue en El Vigía inspeccionado una obra, donde hacía excavaciones una contratista para CANTV. Después hizo lo mismo pero con otra empresa en San Cristóbal; la situación país se complicó, no se podía avanzar en la obra, decidió renunciar porque no se veía cobrando un sueldo, sin hacer nada, reducida a una oficina y cumpliendo horario. Evaluó nuevas opciones en otras regiones de Venezuela y es cuando surge la segunda fase de un proyecto con Funvisis, en el que ya había participado. Luego se fue a Caracas, “me tocó enfrentarme al monstruo de Caracas, ¡Uno todo gocho ahí!” me revela entre risas. En ese tiempo conoció al papá de Roma. Trabajó en la Agencia Bolivariana de Actividad Espacial, fue una experiencia enriquecedora porque pudo aplicar sus conocimientos en un área inesperada y cosechó buenas relaciones más allá de las diferencias ideológicas.
Actualmente tiene un cargo administrativo, en una contratista de obras civiles. Como a muchos otros conciudadanos, la situación de Venezuela la obligó a buscar nuevas oportunidades en Argentina. Aspira desde este nuevo lugar retomar su profesión, está enfocada en ello y por acá apostamos fervientemente porque eso se consolide.
Yo la defino: empática y amiga. La considero extraordinaria por mantenerse fiel a sus convicciones. Sacando cuentas, hemos sido cómplices toda la vida, pero la verdad es que también hemos pasado demasiado tiempo sin vernos. De niñas nos dejamos de ver en 1997 cuando me fui de Mérida, donde viví 4 años, hasta 2013 en Caracas, que pasó un par de semanas en mi casa. Siempre mantuvimos el contacto y el cariño intacto. En 2019 coincidimos nuevamente en Buenos Aires, donde vivimos ahora y compartimos frecuentemente. Deduzco finalmente que nuestra amistad persevera más por la voluntad amorosa de ambos corazones que por una disposición genética. Le agradezco por su tiempo y atención, por su charla inagotablemente amena, que da para una segunda parte; fue difícil decidir qué contar y qué no, porque es una historia sumamente genial. Me quedo con su promesa de trabajar juntas un texto, me gratifica quererlas y tenerlas cerca, a ella y su pelotiti como le dice tiernamente a Romita.
Excelente.. Que bonito encontrar lo extraordinario en la gente «común».
Es genial, ¡gracias!
Muy bonita historia.
¡Gracias!
Mujeres emprendedoras capacitadas por Dios y su familia
¡Gracias!
Wow Roys eres muy detallista y muy buena redactando Te felicito ! Audrey aunque la conozco muy poco me acuerdo de ella una niña inteligente y me gustaba su acento (Mérida) que bueno saber de ella y de su hija roma saludos y felicitaciones Roys buen trabajo! La mejor!!!
Gracias por leerme y por el apoyo. ¡Abrazo!
Encantador relato!! te felicito Roys y valoro mucho el hecho que te tomes el tiempo para transmitir la belleza de cada persona. Y Audrey, en definitiva, lo máximo, y bien Mérideña. Me sentí bastante identificada jeje Las adoro! <3
El cariño es inmenso y reciproco, gracias por tu atención y por tus comentarios. ¡Abrazote!
me encanta la montaña a mi tambien, soy gretel.
Este es de los comentarios más lindos que recibo. ¡Gracias mi niña amada!