Pedro Roberto: si he hecho cosas extraordinarias, sería cuando ayudo a otras personas

Pedro Roberto, un caraqueño que llegó al mundo en 1959. El nombre se lo pusieron entre su mamá y su tía Argimira. Pedro no sabe muy bien por qué, Roberto por el santoral correspondiente al 29 de abril, día en que nació en la Maternidad Concepción Palacios. Su padre quien era italiano quería nombrarlo Giuseppe, para él siempre fue José, más bien Joseíto de cariño y así se quedó, aunque es el mayor de los 10 hermanos Carrasquel. Es muy preciso con los datos numéricos, recuerda fechas, nombres y direcciones a cabalidad.  Siempre gentil, apacible, muy laborioso y cariñoso. Del papá conserva recuerdos bonitos, porque el apellido no se pudo,  lleva con orgullo el de su mamá quien se lo heredó junto al adeudo por trabajar bien y hacer las cosas con fundamento.

Cursó kínder con la Sra. Alicia Rojas, empezó a estudiar 1er grado con 8 años. “Antes no se preocupaban por inscribirlo a uno a temprana edad” Estudió en la escuela 19 de abril, ubicada diagonalmente a la estación Capuchinos, que todavía funciona. Recuerda vivir en una pensión cercana, su papá era el encargado, “era como una vecindad, de ahí nos mudamos a otra casa, quedaba en el estacionamiento que mi papá empezó a administrar.” De pequeño vivió mayormente con Feliciano, su padre, y con sus hermanos, Roberto y América. Su mamá iba y venía, se compartía la vida a rato con ellos y el resto en una casita que tenía en Las Adjuntas, cerca del hogar de su abuela Pastora, a quien recuerda con amor porque era muy cariñosa. “Una vez me caí y me levantó y me revisó por todas partes a ver si estaba bien” señaló.

Pedrito y Alfoncito, amigos de su infancia, jugaban, montaban bicicleta, cruzaban el puente Ayacucho para irse hasta El Paraíso a tumbar mango y a las canchas del Liceo Caracas a jugar voleibol. Como buen caraqueño se acuerda que en enero del 83 inauguran el Metro de Caracas. A veces iba al Parque del Este o a la playa, con sus amigos; antes de morir su papá, llevaba una vida normal. Vivió el terremoto del 67, aunque tenía 8 años, rememora que todo el mundo estaba asustado; salieron corriendo “hasta desnudos”, muchos se resguardaron en el estacionamiento y la gente dormía sobre tablas que les facilitaba un aserradero de la zona. Las personas preferían pernoctar afuera para protegerse, por si había una réplica. Pasaron como una semana así, la mayoría era vecinos, conocidos de ellos.

En el estacionamiento que atendía su papá, aprendía mecánica con un señor que allí trabajaba. Desde 4to grado, combinaba sus estudios con esta labor, al principio lo mandaron para que aprendiera el oficio, más adelante cuando estaba de vacaciones para ocupar el tiempo en algo productivo. Ya grande comenzó a trabajar por las tardes, y en las mañanas iba a clases. “Mi primer sueldo fue de 25 Bs. era adolescente y por un trabajo de medio tiempo me venía bien, me los gasté comprándome un par de zapatos Rex.”

Su papá murió en marzo del 75, él tenía 16. Pudo estudiar hasta segundo año en el Antonio Arráiz, recuerda que ese liceo se encuentra de Maderero a Glorieta, todavía funciona también. No tiene certeza de lo ocurrido con  los recursos de su progenitor, era muchacho e inexperto. Les había abierto una cuenta a él y a su hermana América, les depositó 2000 Bs. a cada uno. Eso sí pudo retirarlo, luego de cumplir la mayoría de edad; los utilizó para cubrir gastos de él y la casa, le vino bien en ese tiempo de necesidad. Al faltar Feliciano, sintió que tenía que responder, asumió el cuidado de sus hermanos, apoyando a su mamá.

Se muda para Artigas en septiembre del 76, en ese tiempo todavía iba al liceo y cuidaba la nueva casa. “Era una casa de tablas, costó 6000 Bs. me acuerdo. La compró un señor, que había dejado encargado mi papá antes de fallecer, alegando un dinero que le correspondía. Él en vida tenía dos casas, una en Kennedy y otra en Ruiz Pineda. Nunca supimos bien que pasó, al parecer una se vendió y con eso compraron la otra. Lo cierto es que esa casa comprada en Artigas, fue lo que nos quedó. 

«Empecé a trabajar, había un estacionamiento al lado de Los Molinos, llamado casualmente Tío Pedro; los fines de semana me iba en autobús a visitar a mis hermanos y a mi mamá.” Después volvió al taller de San Juan, donde aprendió de niño, trabajó allí 11 años hasta el 88. De ahí, pasó a La Yaguara,  sector donde trabaja actualmente; ha laborado en distintos talleres. En ese momento sus hermanos y su mamá vivían en Las Adjuntas, así que estuvo un año solo en Artigas. Era un barrio, ninguno de ellos estaba acostumbrado a vivir ahí. Recuerda que pasó un diciembre solito allí, muy diferente a los que había disfrutado hasta ese entonces junto a su papá.

Como costumbre navideña, su padre hacía una comida el 25 al mediodía y otra en la noche, muy distinta a la tradición venezolana de hallacas, pan de jamón, pernil y ensalada de gallina que se cena el 24. Comían pastas, albóndigas, ñoco, nueces, avellanas y tomaban un buen vino. Añora especialmente unas galletas caseras suavecitas, cuyo nombre olvidó y que todo era una delicia gastronómica: “Él cocinaba todo, las albóndigas las aliñaba con ajo y con pan duro, las horneaba, quedaban firmes y sequitas. Preparaba minestrone, brodo y el arroz en salsa. Los tomates los sancochábamos, después los pelábamos, se picaban y se trituraban con un tenedor, y luego se cocinaban con cebolla, ajo, aceite y se agregaba a la carne, todo al estilo italiano. En casa nunca se usó salsa de tomate comprada. También me acuerdo que horneaba el pollo aderezado con romero. ¡Sabroso!”

Su relación con su mamá es buena, en su infancia era cariñosa pero tremenda, “cuando se ponía brava te daba con lo que conseguía.” El creció influenciado por dos culturas muy diferentes que encontraron la forma de armonizar “Mi mamá criolla y más de campo, mi papá europeo y más de ciudad, ellos no vivieron juntos como tal, ella casi siempre llegaba, cocinaba, compartía y se iba, los grandes vivíamos con él y los más pequeños con ella. Siempre fue así.” Fue un contraste sabroso, Úrsula aprendió la cocina italiana y aunque su papá no era de hacer mucha comida venezolana, si hacía arepas para sus muchachos.

“La única vez que lloré fue cuando murió mi papá; cuando mi mamá se enfermó, me puse mal.” Ambos ocupan un lugar privilegiado en su corazón. Ahora mismo se lleva bien con su madre, aunque a veces él le pelea la perolera: “guarda demasiadas cosas, guarda hasta los potes de mantequilla. Si nos llegamos a mudar van a decir que somos unos locos cargando tanta cosa.” Apunta riéndose. “Ella siempre ha dicho que yo soy demasiado tranquilo, yo digo que ella es muy angustiada y así vamos. Eso sí, ella no se para en nada, si necesita algo sale a buscarlo y. Por todo se preocupa, es muy escrupulosa si le das algo a beber te pregunta varias veces si lavaste bien el vaso. Cuando tapa una olla le pone la tapa, un trapo y una piedra encima, evitando las moscas.Siempre quiere que le sirvan la comida en el mismo plato. Todo porque es muy pulcra.” Explica.

Roberto se va con él en el 77 y convencen  a su mamá junto a sus hermanos de mudarse con ellos.  Todavía era una casa de tablas, él quería construir algo mejor, empezó con pintarla. Lo bueno es que quedaba en un lugar más céntrico; aunque tenían temor por tratarse de una zona desconocida, con el tiempo se fueron acostumbrando al sector.  “Esa casa la hicimos entre Roberto y yo, tuvo su sacrificio, combinábamos el tiempo entre el trabajo para generar recursos para sostener a la familia y construirla.”

¿Y a ti quien te enseñó a construir una casa? Le pregunto y me responde: “es que nosotros ganábamos muy poquito, compartíamos los gastos entre el mercado, y cada vez íbamos que si comprando 50 bloques, que si un metro de arena. Había un señor del barrio que era albañil que nos ayudó, no podíamos pagar mano de obra. También un conocido del taller, nos echaba una mano. Había cosas que nos explicaban como hacer y otras que hacían ellos porque eran más diestros, en ese caso se les pagaba alguito o se les daba comida.” Total que echaron las paredes, tiraron los tabelones y las vigas para la placa, lo que no sabían lo preguntaban  y así construyeron una casa de 2 pisos, sala, cocina, comedor, 4 cuartos, 2 baños y un balcón. En ese proceso de alzar la edificación había que levantar  a la familia también; los hermanos en su mayoría no pudieron terminar de estudiar, tuvieron que buscar trabajo.

 Recuerda a su primera novia, Irene,  fue en quinto grado y duraron juntos 3 años, hasta que en primer año la cambiaron de liceo, y después como que se mudó a Cumana y no se vieron más. Tuvo más novias; ahora mismo no tiene novia sino amigas, dice y se ríe. “Uno va madurando, uno tiene su novia y quiere hacer las cosas al derecho, pero a veces no se da, esas cosas son complicadas. La juventud es la época de loquear, la fiesta, la cosa, pero uno tiene que tener sentido de responsabilidad, siempre me cuidé de tener un hijo regado por ahí. Mi papá como europeo me educó con otra mentalidad, me decía: no se busqué una loquita, no se ponga a regar la sangre por ahí, eso no está bien. La familia es un respeto. Mi abuelita también me decía: uno tiene que tener fundamento. Para eso del amor hay que tener suerte también, con el tiempo hubo dos que me dijeron, yo tenía que haber vivido contigo pero ¿Ya pa´qué?” termina diciendo.

Nunca se casó. “Para eso hay que ponerse de acuerdo. Sí me enamoré, pero siempre fui muy cuidadoso con eso. Cuando uno está joven, cree que se las sabe todas, yo llegué a adulto muy maduro porque me tocó. Con todo lo que me pasó, pensaba dos veces las cosas. Una cosa es enamorarse y otra es convivir, que uno se enamore no significa que va a pasar toda la vida con esa persona. Una vez quería casarme con una muchacha, hablé con su mamá y su hermano, pero las cosas no se dieron. Le dije a para abrir una cuenta bancaria, ganaba 200 Bs. en ese entonces y le daba 100 Bs. para ahorrar  y organizarnos, pero veía que no era responsable, eso no me gustaba, una persona de más de 25 años tienes que tener madurez. Ella se ponía brava por todo. Una vez fuimos al cine y no dejaron entrar a la hermana y se puso fúrica. Por ahí tú vas sacando cómo es la gente. Mi papá me enseñó que si una mujer me hacía algún show, no hiciera nada, que siguiera como si nada, pero la descarté. Después, le dije vamos a dejar esto así, vamos a ser amigos, no te preocupes.  Me di cuenta que no quería eso. Hay emociones del momento y ya.

Su papá le hablaba en italiano; con él aprendió a entenderlo perfectamente y a hablarlo alguito. Murió a los 68, sufría de la tensión y también le dio un ACV. Todavía conserva el cornetín que tocaba, una cámara y un reloj que también eran de él. Tiene el mismo televisor que yo veía de niña, cuando me quedaba en casa de ellos. Es muy cuidadoso, tiene muchas cosas desde hace años y las mantiene intactas, porque sabe preservarlas. Creo que no asumió jamás la mentalidad del consumo, se apega a su herencia enfocada en el trabajo. Esa misma, que en algún momento resultó un choque para él  porque distaba mucho de las conductas del sector donde comenzó a vivir después. Las fiestas, tomar alcohol no eran parte de su cotidianidad. Su papá no era de tomar y siempre le aconsejó: “aprenda a tomar, me decía, que no dijera groserías y que no fumara”

Le encanta la pasta bien hecha, al estilo italiano. “Soy amante de la comida común y corriente, no me gusta nada extraordinario pero sí que esté bien preparada.” Extraño el pasticho a la romana, que nos llevaba un paisano. Me gustan las anchoas, en la pizza.” Le gusta el azul cielo. En la televisión prefiere ver programas cristianos, además de noticias para mantenerse informado. Considera que la programación de ahora no es muy buena, por eso prefiere escuchar música; la pone en un DVD que  conserva junto a sus CD´s. Escucha de todo un poco; cuenta entre la música de su agrado la de Julio Iglesias, Nino Bravo, Nicola Di Bari, Eros Ramazzotti, La Quinta Faccia, Santo California, Fausto Leal y Sandro. Es obvio su gusto por la música de su época.  

Hubo un tiempo que coleccionó estampillas, tiene muchas guardadas junto a billetes de los diferentes conos monetarios que han circulado en Venezuela, también de otros países que le han regalado. “Un señor austriaco a quien curiosamente le decían el alemán  me las regaló y de ahí empecé a guardarlas. Él nos llevaba quesos importados, eran muy sabrosos.” Acota y empieza a enumerar cualquier cantidad de deliciosos quesos que para ese entonces compraban, antojándonos a ambos, que compartimos un intenso gusto por el queso.

Le pregunto: ¿Eres feliz? me contesta: “En cierto modo sí, no sé pero creo sí, vivo más tranquilo. Entendí que uno tiene que vivir la vida que le toque vivir, tratar de superar lo que se puede superar. Uno quisiera acomodar muchas cosas pero con el tiempo te das cuenta que no puedes. Cuando conoces la palabra de Dios,  mantienes la fe en los días buenos y en los días fuertes. En mi forma de ser tengo presente la canción resistiré, lo que dice me inspira. Mi día a día es trabajar, el trabajo me gusta, es lo que te da el sustento propio, así como leer y procurar el conocimiento. Ahora leo mucho la Biblia y entiendo que tiene mucha relación con nuestra vida cotidiana. Me ha enseñado a ser astuto, hábil y sagaz aunque no es fácil. En mi tiempo libre hago reparaciones en la casa, también aprovecho de descansar.  Me gusta ir a lugares amplios, donde haya naturaleza, para esparcirme, reunirme con mis conocidos, hablar de deporte y política, de todo un poco.”

“De niño quería estudiar, ir a la universidad pero cuando fui creciendo me cambiaron los planes. Siempre me gustó la mecánica. Me gustaría haber estudiado ingeniería mecánica. Pero la vida te enseña, te da experiencia, lo que uno hace, lo que uno lee, lo que uno vive, eso también te da conocimiento.” Es Mecánico Ensamblador, primero trabajó solo con frenos y tren delantero, ahora con baterías; sabe soldar los bornes y reconstruirlas. Dice que ahorita con la situación país se ha complicado conseguir muchos repuestos, se han vuelto muy costosos y eso dificulta su labor. “Mi trabajo aporta para los demás, la mecánica es necesaria para el mantenimiento de los vehículos. Gracias a mi labor he ayudado a sostener a mi familia, presto un servicio que es casi público, al reparar los carros ayudas a la gente a moverse, al transporte público y eso en fundamental para la vida” reflexiona.

Se conceptualiza como una persona práctica: “lo que puedo hacer lo hago, si se me pone difícil trato, si no se da no me complicó. A estas alturas de la vida, intento llevar todo con calma, dejar que las cosas se den. Hay días buenos y hay días fuertes, así como sale el sol también llueve. Casi siempre estoy tranquilo, pero tengo problemas, a veces me molesto, hay personas que te presionan, pero yo trato de mantenerme. Entendí que si no es hoy es mañana. La vida te va enseñando, una cosa es cuando eres niño, cuando eres joven es otra, pero cuando eres adulto las experiencias, tanto buenas como malas, son las que te llevan a la madurez. Hay que tener un equilibrio y sobrellevar, eso es la sensatez que solo se consigue a través de los años.” Me explica: “Creo que si he hecho cosas extraordinarias, sería cuando ayudo a otras personas, eso tiene mucho de extraordinario. Trato de ser agradable. Cuando hablas con otros debe ser capaz de entenderlo, de aconsejar, ser paciente, le hablo a la gente, me gustaría que entiendan que hay que ser responsables y hacer las cosas bien. Yo le digo a Dios permíteme ser un hombre mejor cada día que pasa, tener un mejor beneficio para mí y para los demás.”

Le agrada el orden, el aseo y la limpieza, cree firmemente que cualquier trabajo debe hacerse con excelencia: “Uno tiene que tener orden para las cosas y hacer su trabajo bien. Me disgusta la irresponsabilidad, la gente que no es cumplida, la palabra se cumple y si no se pudo, entonces dar la cara y justificarse, no evadirlo.” Se aleja de los malentendidos y mantiene la fe: “a veces no nos entendemos aunque hablamos el mismo idioma, parece mentira. Me da tristeza ver la devastación del país pero vivo esperando en Dios Todopoderoso. Se presentan momentos difíciles y desagradables, pero hay que luchar, hacer lo mejor que uno pueda hacer tanto en tiempo bueno como en tiempos malos.”

En esta plática siento que me abrió el corazón, me confesó: “cuando dejé el liceo lloré, con 16 años mi mundo cambió, en el barrio comencé a ver cosas que no había visto, tuve que dejar de estudiar para mantener a la familia” yo me quedé pensando que quizá he tenido una vida de ensueño comparada con la de él. Creo que si hubiese pensado un poquito más en sí mismo habría podido ser o hacer otra cosa, pero no fue egoísta, fue más bien dadivoso. Ayudó a levantar a su  familia, con amor y compromiso, eso pesa más que un título, aunque no se pueda enmarcar para exhibir en la pared. Es aplaudible, dejar a un lado sus propias ambiciones, para responder por sus hermanas y su mamá, para mí tiene todo de extraordinario.

Cuando yo era niña, pasaba las vacaciones con ellos en Caracas, me acuerdo que me dejaba ver televisión en su cuarto, eso sí me daba instrucciones para usarlo cuidadosamente, me enseñó que se enchufaba cuando lo iba a prender y que al apagarlo lo desconectara; no omitía ese procedimiento procurando ahorrar energía y conservarlo en buen estado. Ese como les dije es el mismo televisor que tiene hoy y todavía funciona. ¡Lo que es cuidar las cosas! Yo siempre le decía que me trajera Chinotto, también pan y leche, me encantaba, recuerdo que llegaba con leche Carabobo o Silsa y 2 canillas, en ese tiempo precisaba la felicidad en mi pedacito de pan y mi vaso de leche, con derecho a repetir. Si la niña que fui no supo agradecerle suficientemente, uno pequeño da todo por sentado, quiero decirle que la mujer que soy hoy le agradece por tantos gestos de cariño, a lo largo de mi vida.  Que lo reconoce como un hombre extraordinario, quien priorizó el bienestar de su familia, incluso anteponiéndolo a sus propios sueños. Quiero que entienda que ayudando a levantarlos, se volvió un hombre formidable, de carácter íntegro y espíritu noble, a quien agradezco pedirle la bendición porque es mi tío. 

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