
A
través de los años olvidamos tan rápido el ser niños, con tantos deberes y hasta
con tan pocos derechos, la vida se va en automático. Olvidamos que se puede
disfrutar el camino hacia dónde queremos ir y no esperar llegar a la meta, porque
¿luego qué? Otra meta, otro camino que ni verás, y volvemos a retomar un
círculo vicioso.
Esta
cuarentena me ha permitido recordar eventos perdidos en mi memoria, retomar mi
yo niña. Me ha sido tan difícil este encierro que me llevó a entender, que se
cerraron las puertas, las ventanas, la calle, la ciudad, las fronteras pero
jamás mi mente.
Tan
feliz que era de niña, construía tortas y castillos de tierra, tal vez no eran
tan bonitos pero a mí me encantaban y sentía que había hecho una obra de arte.
Cuando hacía vestidos a mis muñecas consistían en un rectángulo de tela y dos
orificios, atado con otra tira, poco prolija, igual era mi gran obra. Me sentía
una genio en aquel mundo maravilloso de mi cuarto. Leía cuentos de Disney a mis
muñecas, que tenían vida propia en mi imaginación, un mundo armado sobre mi
cama y los comentaba con ellas, estaban vivas y parlantes a mi parecer. No me sentía en cuarentena aún encerrada,
limitada por un gobierno que eran mis padres
Me
divertía en el patio de la casa, saltando la cuerda y cantando alguna canción
de niños. ¡Uuuuyy esa era otra! me creía cantante, aún lo creo, aunque todavía
desafino de terror decidí escribir letras de canciones. Me sentía feliz en mi
mundo de caramelo. Al terminar el día de
escuela, tareas y muñecas, llegaba mi padre consentidor con una bandeja de
dulces de panadería: cañitas, borrachas y profiteroles. ¡Uuuummm ojos paaaa
trásssss! decía yo.
Los
domingos me ponía mi mejor ropa para ir a la iglesia y si me portaba bien y
solo rezaba, algo que poco cumplía, igual me compraban un helado de premio a la
salida de misa. Esos helados Efe tan esperados, pastelado era mi preferido. Me
sentía bien en un mundo de adultos, de papá y mamá, no teníamos cuarentenas
quizás compartíamos entre virus y bacterias con zancudos, mosquitos y hormiguitas
y nunca nos pasó algo. Vivíamos
ignorantes quizás, que había enemigos en nuestro entorno, abrazando, besando y
tocando.
Hoy
estoy aquí, en este instante, a mis 57 años, sana, y con muchos sueños, deseos
y metas. Esto terminará siendo pasajero, recordaré lo difícil que me fue
canalizar y aceptar este encierro forzado y desgastante. Siempre he dicho: ¡No
es fácil ser yo! Pero existo y trato de hacer todo posible, no soy de esas
mujeres con sueños de princesas, esperando que el mundo se ponga a mis pies
pero tengo un tesoro que cuido a diario, es: ¡Mi Libertad! En fin, podemos ser resilientes si queremos.
En fin, este tiempo, aún con lo malo, me ayudó a retomar vivencias olvidadas y trajo a mi vida un sueño dormido, que se convirtió en realidad. ¿Quién lo diría? ¿Destino o casualidad?
Me encantó! Mi mente voló a ese momento de diversión de esa niñita catirita con sus rulitos jugando a las muñecas, felicidades!
¡Que alegría! Gracias por leernos.